viernes, 2 de octubre de 2009

El Celta Miserable y sus Letras de Pasto Verde


Toda ciudad es un poeta:

a propósito de Lorenzo Morales



“En un acto de crítica que es asimismo un acto de autocrítica, el poeta auténtico pone en entredicho a su yo. Por la boca del poeta nunca habla su pequeño aunque siempre desmesurado ego: hablan las sensaciones, las emociones, los recuerdos, los olvidos, las adivinaciones, los presentimientos, los desvaríos, las iluminaciones y las obnubilaciones de un hombre que no está muy seguro de llamarse como se llama pero que, en cambio, sí tiene la certeza de estar vivo y de hablar frente al otro lado de la existencia.”
Octavio Paz


La historia breve de la poesía en Tabasco registra ya a Lorenzo Morales como un poeta hecho y derecho desde la aparición de su primer libro “Atavismos del caminante”, con el que obtuvo hace algunos años el premio de poesía José Carlos Becerra, ante el desconcierto de propios y extraños.
Sorprende que un hombre como èl que toda su vida ha sido carne de un verdadero discurso literario, como lo es el mundo real, muestre su destreza en la poesía, el relato corto y su entusiasmo por la creación literaria, desde esa aparente sordidez que es la sobrevivencia contemporánea en la que ocupa cargos públicos como mesero, especialista en cortes finos y técnicas para escamar pescados y mariscos, regentear y gerentear supermercados en su mínima expresión, obtener la cartilla del mar para ser desalojado de las plataformas petroleras, realizar como otros poetas locales, estudios inconclusos de literatura y retirarse de la carrera no por irresponsabilidad o incompetencia académica, sino por embarazar a una diosa maya; y después de lo anterior, darse el tiempo para concebir una obra poética intensa y sugerente, con algunas cervezas en mano, desde luego, de la mejor calidad.
Teodosio García Ruiz ha dicho del poeta :
Sin grandes comparaciones podemos decir que en su vida de concreta movilidad lúdica, este poeta se asemeja a Charles Bukowski, Boris Vian e incluso al mismo Malasangre, su alias, su alter ego.
En el desarrollo de su producción literaria encontramos, en estos meses de 2009, el libro “Toda ciudad es una isla”, en la Colección “El Celta Miserable”, de la Editorial Letras de Pasto Verde de Orizaba, Veracruz que dirige el tambien poeta y editor Mario Islasainz.
Es este breve trabajo se condensa un proyecto poético, o por lo menos una cara de ese proyecto. En este sentido es necesario explicitar que las obsesiones del poeta se cifran en algunos elementos como la lluvia, el silencio, la soledad, y ese afán por no decir diciendo; “murmullo sordo”,”juego mudo”, “entre esas voces dormitadas”. La voz imperativa de los poetas es lo que los hace ser lo que son: enunciadores de nuevos vocablos, significados, jeroglíficos, signos y símbolos. Este autor no escapa a esas estampas verdaderamente de creación poéticas, y se da el lujo de iluminar toda la oscuridad que nombra.
“Toda ciudad es una isla”, es la apuesta por sacar brillo al lenguaje desde los elementos más cotidianos de la ciudad: la casa en venta, el hombre en remodelación, los cristales íntimos que no logran su objetivo, las aguas y sus cañerías de silencio y abandono. Con metáforas bien logradas, que parecen los primeros ejercicios de un infante poeta que lo hace bien en su primera vez y también en la segunda, cada poema de este volumen es un desafío al conocimiento y la emoción del lector, por cuanto en diversos tiempos de lecturas alienantes en la que nos involucramos los lectores de poesía, pareciera que ya nada puede sorprendernos.
Con lo anterior tenemos que el poeta respira, inspira profundo. Reconoce el silencio como instrumento o espacio regulador del lenguaje. Sabe o intuye con soberbia seguridad, que para crear vida es necesario transitar por cualquier tipo de adversidad o deliciosa alfombra de pétalos o lluvia fresca en el verano; sabe también que toda actividad es registrada, se documenta, en la sublime capacidad de almacenamiento y recuperación de la vida: la memoria. Esta es mencionada de modo recurrente en varios poemas, así como esa adversidad que busca ser negándose a ser, diciendo lo que no quiere decir.
¿Cuál es la ciudad de este libro? ¿Y la isla? La respuesta es una inquieta interrogante. No hay una ciudad con sus cotidianas manías de estereotipo: hay una propuesta de ciudad imaginada, vivida, recreada en el silencio, las palabras no dichas, el atisbo interior a un hombre citadino que se encuentra en un estado de latente delirio de decir. Sin embargo, mientras este hombre se concentra en sí, la grosera ciudad que el lector imagina no aparece en el libro. No se nombra porque está en el texto apenas sugerida, aislada como esos espacios eléctricos que energizan a quien se cruza en sus campos magnéticos y a quien se expresa en estos poemas. Toda ciudad es una isla es la aseveración del poeta que no titubea en la maniobra de los elementos poéticos que están en su mano; le dice al lector: toda ciudad es una isla, toda acción es una obra en ciernes, todo fruto es y lo demás no. Así que en la parcela donde se hacen las operaciones del lenguaje poético que le tocó a Lorenzo Morales, está el equilibrio de laboratorio donde mueve sustancias de absoluta humanidad que transitan con relativa lentitud: del silencio, a las palabras no dichas, a las cosas fosforescentes en su oscuridad y de ahí a la memoria, lugar sagrado donde todos los poetas sino son santos, son una isla.

Gamaliel Sánchez Salinas