viernes, 16 de noviembre de 2007

No es el frío quien repta la espalda de la noche







Va a agarrar un martillo para golpear el silencio

-para
pulverizar el silencio
-

para multiplicar el silencio.


Emilio Adolfo Westphalen
Elena y Antonia
Foto: Ovidio Ríos






No,no es el frío, es la ausencia quien repta en realidad la espalda del poema, cuentagotas del amor a cero grado bajo Celsius. Así como desamparados témpanos de hielo, la escritura contenida y templada de Antonia Cuevas erige su corpus en Para mitigar silencios (Géiser & Tosca Ediciones 2007) su primera advertencia en la poesía.
A través de los tropos, la poeta contornea los dorsos de su muy particular antártica íntima y logra a partir de su lenguaje, que ese invierno personal se subvierta hacia nosotros, haciéndonos participes de la catarsis colectiva del deshielo.

He venido aquí para decirte
A través del cristal
la ausencia gris
cabalga en alas de aguacero.




Hay en su escritura, esa tangible lucha por mantener ese fulgor primitivo del deseo que un día todos creímos era el amor.

Pienso en tu piel
Y todo es frío si espero
Todo fuego si callo

Es permanente la batalla, los guiños de claudicación entre ambos territorios

No basta mantenerse en pie
Sobre las orlas infinitas del silencio…

Y qué si el llanto me humedece…
Y brotan de las piedras


los silencios todos.

La escritura de Cuevas es engañosa, pareciera que proviene de un muy tibio corazón, pero en realidad su sencillo trazo posee demasiada sangre fría.
Certera, toma el lápiz a razón de picahielo, o con la sencilla utilidad de fiel martillo, para desmultiplicar la cotidianidad, para apuñalar sin riesgo el ya tan asesinado lugar común

Llega el día como una daga
a herir mi cuerpo todo...

Antonia apuesta sin miedo hacia la traslucidez de su poesía.

Desnuda sobre estos días
—soy un pez—
Que bebe el agua de sus ojos
Para no morir de asfixia.


Soy la playa después de la marola.



En para mitigar silencios están presentes pues, los rituales poéticos,( el cuerpo, la noche, el deseo, el silencio) Ese rito de fundición donde confluyen esas dos fuerzas, aquella interior parecida al magma tierno de su volcánico corazón desnudo y esa exterior, aquella constituida por el catártico frío de su modus viven di, ese calorfrio que la arropa y la desnuda desde su infancia, por la calles miticas, de Tulancingo.



Por desgracia, el libro se nos deshiela pronto y a sus primeros lectores sólo nos resta:

esperar al sol y a sus latidos

esperar que sea la palabra, esa puerta para escapar del silencio.

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