sábado, 1 de marzo de 2008

DISCURSO DE ESPECULACIÓN SOBRE LA DEDICATORIA NUNCA ESCRITA O MEJOR DIGAMOS LA PREHISTORIA DE ESTE LIBRO.





A José Carlos Becerra lo mal leí hace cerca de diez años en un balcón de un segundo piso en Baja California. Adriana me dejaba dormir en su sleeping bag a la que yo llamaba tercamente colchoneta, y donde ella, como diría José Carlos, era una mano allí con la misma postura del amor escrita con letras antiguas. A ella, no dejaba de parecerle extraño, que siendo yo de esta Villa Hermosa, no conociera o hubiera escuchado hablar nunca de ese poeta de Tabasco. Por eso pasaba largos ratos leyéndome en voz alta esa relación de los hechos, esa oscura palabra que años mas tarde iluminó ese pasillo de la muerte donde caminó la abuela y donde detrás de ella, corrió mi madre.


A José Carlos Becerra lo mal leí, y a la Adriana de entonces deje ir, porque en aquel momento irónicamente no me interesaba la poesía, ni salvar el amor, si no intentar salvar lo que quedaba del mundo. Entonces quería ser biólogo de mar y tierra y el único ídolo local que había, era ese Jaguarìn virtual que limpiaba alcantarillas y barría las banquetas. A la Adriana de entonces, mi fiel lectora, la de las posturas del amor y cuidadora de tercos cocodrilos debiera dedicarle este libro. Digo debiera, porque años después no poder salvar al mundo, me embarqué vía Mar de Cortes en busca del tiempo de un amor perdido. Y es que otra mujer, la del amor perdido, fue la que llevó bajo su brazo los primeros escritos a ese pseudoastronauta retirado que anunciaba reparar erratas, y componer escritores para enviarlos al futuro.
Esa mujer la del amor perdido y de cuyo nombre no debo acordarme se confabuló entonces con Luís Alonso Fernández, para que ese taller: “si me han de leer mañana”, fuera el vaticinio de lo que esta noche para desgracia de algunos árboles, de algunos críticos sea cumplido. Por ese confabulado acto de fe, para ellos dos, debiera ser este libro. Más ocurrió después, que ya no sé, si para no olvidar del todo mi sueño de marinero arrepentido, solía visitar el Pirata Morgan, el Manatí, el Pochitoque, la Sirenita y el Submarino y fue allí, en algunas de esas cámaras de descompresión para náufragos terrestres, donde conocí a Teodosio Romeo García Ruiz, mi primer poeta de bolsillo, por aquello de que la mañana no se tiene y las estelas sin technicolor no necesitan de anuncios televisivos. Para él, para ese poeta bananero, cantante y trovador de las entrañas debiera también ser este libro. Pero después, llegó esta mala fama, ya sea por mala paga, por mala suerte, por mala sangre y tuve que simular el autoexilio, digo simular, no sólo porque regresé más veces de las que en realidad me fui, si no porque en realidad pasé mucho mas tiempo en los camiones de ruta que lo que viví en esos cuartos cerrados de la 10º poniente y San Cristóbal. Hasta allí me alcanzó el pasaje, las ganas, hasta allá me alcanzaron las fuerzas de ese amor perdido, de esos tres tristes tigres que tragaban a bocado limpio mi jodido fracaso en el exilio. Aunque también ingresé para aprender en la escuela, y aprendí muy bien, por lo menos eso, que no servía, ni serviría nunca para aprender en la escuela. Mi viejo dice que fue la mala alimentación, no tomarme a tiempo esas cucharadas de
aceite de hígado de bacalao que la vieja necia quería hacerme tragar a duro palo. Pero yo digo que fue la nostalgia, este reumático corazón de perro, lo que me obligó a desertar de Tuxtla y del abrazo de Roxana, a quién yo le digo Abril cursimente por el mes de su cumpleaños y porque ella siempre será en la mala sangre de esta corazón, un viento fresco de verano y sueños de íntimas canículas, por eso pensé ya casi de último momento que para ella, para Roxana, la quebranta huesos, dueña de los frescos vientos y las canículas internas, debiera ser entonces este libro.
Pero entonces caí en la cuenta de que mucho antes de querer ser defensor de tiburones, literato con credencial vigente, combatiente de esta Latinoamérica nuestra, jodida, muerta de hambre y de justicia, había hecho unos simulacros de poemas y así desmemoriada, como venida de esa prehistoria de la infancia, Rubí tocó a la puerta de estos largos y cansados agradecimientos y ya una vez con la casa abierta, por las ventanas sin filtro, se dejaron venir de una lista de espera: Jenny Otrosky, guardián y llave de estas puertas, las siamesas Carla y Sughey quienes casi inmortalizaron mi nombre en el cemento fresco de un piso ya roto por los años, Mirna, Oscar, Gina, Inés, Fabianna, y Alicia antes del fin del mundo. Theo Toy pintor amigo, quien generosamente contribuyó con la extraordinaria puerta de este libro, a Ekik Guerrero y Héctor de Paz, por su trabajo de traducción, (toda vez que a veces ni el autor entiende lo que escribe), a Vicente Gómez Montero por su amistad franca lejos de esos fueros de oficina, y finalmente pero
no por ello menos importante, a las humanas Normas de Dios, a los Nietos de esa anciana pero cada día mas viva revolución de izquierda, y a la levadura de esa luz que antes de ser un hábito solía luminar nuestras trilogías de sombras terrestres. No sólo por la legislación vigente si no también por respeto a los derechos de autor yo no puedo pedir un aplauso para el amor, ni que hayan aplausos para la poesía, y a falta de mesas quizás, de mesas que mas aplaudan, que sus aplausos sean para los que han venido esta noche, como caminantes quizás, y para ese otoño nuestro, que recorre las islas por los siglos de este siglo, sobre la tierra.

Carta al recibir el Premio Jose Carlos Becerra de Poesía
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Como lo habrá dicho ya, Jenny Otrosky, este libro tiene su vida y su destino:



El Atavismo , su recorrer poético :


El poemario en muchos sentidos, es un haz en transición, (salto cuántico entre la prosa narrativa y la poética) es un libro que propone ante todo una atmósfera. Para estar ahi, para estar en ese tránsito, hay que repasar esos mismos lugares, devenir en pasajero, peatón, perro de esquinas. El trayecto por lo tanto no es, aunque pareciera, solamente mi burda transición personal, hay un traslado que comienza a atisbar ese lugar de paso, ese salto del Yo que habla en el poema, el intinerario de un trashumante viajero de luz, pero tambien de ese contrapunto de la sombra. Su escenario son las calles, la ciudad como ese gran teatro de figuras y destellos, de cuerpos y sentidos en movimiento lineales,contrapuestos cuyo lugar de origen es esta vertebra nostalgica del pasado, es decir la tradición . La intención es llevar al lector por dónde se desplaza ese hablante y el mensaje, que toda imagen sea una pausa en ese recorrido. Si esa intencion se cumple, el valor de ese premio ( quizas inmerecido) será más gratificante.
Aunque ultimamente pareciera que el ser poeta, es este aparecer en ciertos festivales, y concursos, de frente al reflector, justo al centro de los medios, ser partícipe pues del espectáculo. sigo creyendo que la mejor apuesta no es hacia esta vida socio-literaria, si no la del silencio con sintomas fantasmas, la de ir de mano en mano, de ojo en ojo a través de la lectura de disímiles lectores, el tiempo es a veces, el mejor de los jurados, el mejor de los escuchas, el que otorga al fin de cuentas su reconocimiento porque asi lo deliberan ojo y oido en colectivo y no esa pantalla egomaníaca que predomina a veces en las presentaciones de libros y festivales de poesía.
el atavismos de este caminante está dividido en un claroscuro de cuatro esquinas: ‘Florilegios del polvo giratorio’; ‘Entonces la luz’; ‘Cuidad donde la luz se sabe por la sombra’ y ‘Ciudad donde habitantes se saben por los sitios’.

dicho de mejor modo, es este andar pata de perro lo que le ha dado verdadera forma a mi pensamiento poético, más en tal sentido, no todo lo que me ocurre y vivencio deviene en mi fuente literaria, hay pues otra bùsqueda. Del por qué uno escribe un libro como este, se puede especular, o como dijera rosario castellanos, en lugar de explicarlo, sería mejor escribir otro, quizas la verdad sea, que es la escritura misma, donde se encuentra la única respuesta.

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